lunes, 6 de febrero de 2012

Relatos de mi vida en la calle Piedras

Mi calle;Piedras 285 esquina Yacarè y Colòn,1955
Sentada en el escalòn a la entrada del almacèn de mis padres Basilio y Jacinta, en Piedras 285, veìa avanzar a lo lejos el Circo. Dos elefantes enormes iban detràs de las jaulas grises de los tigres, payasos con colores que mi recuerdo afectivo no destiñò.
La calle se volvìa un gran circo lleno niños y vecinos, monos Titis,Trapecistas de la mano de niños que al pasar se prendìan de la magia, no sè si volvìan a la escuela o se iban de la mano de los payasos siguiendo la marcha alegre del circo.
Al llegar la caravana circense frente a los cajones de frutas del almacèn los enormes elefantes se comìan una a una las manzans rojas, luego aquèl hombrecito con la vara en su mano le pagaba a mi papà todos los cajones de frutas que los elefantes se habìan tragado con la trompa de fiesta de manzanas deliciosas. Yo seguìa sentada en el escalòn del almacèn esperando que algùn animal se acercara a comer, soñando con acariciar alguna jirafa.
En esa calle Piedras solìamos ver a los "agentes del orden", pero la figura de"Cebo Negro" para los chiquilines de la cuadra era siniestra,lo veìamos a diario correr detràs de muchachos que hacìan la gràn aventura de robarles a las mujeres que trabajaban en los bares de la noche,su salario de una noche con el cuento de traerles perfumes franceses de los barcos. Frente al almacèn veìa una puerta marròn, una luz roja colgaba del zagùan y se abrìa para dejar entrar rubios marineros jòvenes que luego salìan doblados de risa. Yo no entendìa que habrìa allì que divertìa tanto a esos gringos vestidos de blanco,años despuès cuando no me dejaron sentarme màs en el aquèl escalòn comprendì que Irene y su socia Coca eran dos vendedoras de sexo en su prostìbulo, muy viejas para la ilusiòn de un rato de amor de aquellos futuros clientes frustados. El primer regalo que recibì de aquellas señoras de la puerta marròn fuè una medalla de oro con una virgen niña que me entregò Coca con un gran beso en mi cachete donde dejò estampado su perfume imponente que se compraba suelto en la Farmacia del Puerto.

BUGUI BUGUI, El cartel rojo con fondo azul y miles de lentejuelas formaban la palabra Cabaret"Bugui Bugui", su dueño Bubi de estatura muy alta, para mis ojos de niña era viejìsimo,flaco medio pelado encorvado pero tenìa algo hermoso en su mirada de ojos grises,parecìa enfermo de blancura.Vivìa en los apartamentos al lado del almacèn de mis viejos donde tambièn vivìan mis amigas las de Quintana.Bubi salìa una sola vez al dìa y siempre iba con ella de la mano, el la llamaba Muñeca, me imaginaba que la amaba con tanto dolor por ser èl viejo y ella una adolescente,que la bañaba con esponja de mar en una bañera inmensa llena de espuma. Muñeca se vestìa con sandalias de princesa y sus piernas daban pasos tan livianos que las baldosas no tenìan la suerte de que las pisara.Sus vestidos eran todos los dìas distintos y hermosìsimos.A la hora que salìan del apartamento ya era casi de noche,yo los miraba extasiada hasta que doblaban por piedras hacia Yacarè donde apenas les veìa a los dos sus manos entrelazadas. Era un dìa feriado, no fuì a la escuela, estaba sentada en la puerta del almacèn cuando vì llegar la carroza negra con una cruz enorme que se balanceaba amenazante al frenar frente a la puerta de los apartamento.Supe del dolor, me sacudiò, me agarrè con toda mi fuerza de las piernas de mi padre y vi salir a Bubi,su llanto era un aullido que tocò todas las puertas de nuestra calle, dos segundos despuès aparecìa un cajòn llevado por muchas mujeres del cabaret,busquè desesperada a Muñeca entre ellas pero no la vì. Sola, sin Bubi tomando su mano se llevaban a Muñeca muerta y yo no le pude pedir que me regalara su sonrisa sus ojos de niña igual a mì.

Nuestro amigo Mario Okon
Mario Okon,era el hijo de Don Jaime tenìa una sastrerìa a dos puertas de nuestro almacèn. Mariolo era hijo ùnico criado mimado y malcriado por su Mamele abuela,su mami habìa fallecido al nacer èl,gordito de sonrisa pìcara era nuestro amigo de la cuadra. La sastrerìa tenìa una vidriera con un manequì y al entrar ya los aromas de pescado que la abu cocinaba, los licuados de frutas que le empinaba a Mario se me mezclaban en la nariz. Don Jaime cocìa en su taller yo le preguntaba tanto còmo hacìa para que una tela se convirtiera en un traje que me lo ponìa delante del pecho y riendo me decìa ; vès te và a quedar muyyy bien, haciendo un dibujo imaginario con la tiza de sastre, yo menos entendìa ese oficio màgico. Llovìa el agua bajaba como un torrente pegadita al cordòn lo cual nos invitaba a hacer barquitos de papel de diario que viajaban hacia Yacarè perdièndose en su breve naufragio en la esquina de la Farmacia del Puerto. Mario me prestaba un solo patìn a cambio de lavar los platos cosa que me daba mucho asco por lo resbaloso de los platos pero igual emprendìa la tarea con tal de ponerme ese ansiado patìn que me quedaba grandìsimo, el gordo me ilusionaba con la llave del patìn en mano para achicarlo pero ni èl sabìa como hacerlo, igual con ese ùnico patìn en mi piè derecho salìa despatarrada en una carrera loca hasta la puerta donde Titi mi hermana me recibìa. Me iba corriendo en un moco solo a quejarme de lo malo que era y mi viejo me decìa; vaya mijita y arrèglese con su amigo que no es para tanto,màss rabia me daba y soñaba con aquellos reyes que me trajeran un par de patines blancos de mi nùmero de piè y salir corriendo a prestarle uno solo al gordito. Una vez a la semana veìa a su abuela subirlo al carro de reparto de la manteca Dayrico tirado por 4 caballos para que nuestro amigo comiera aquellos suculentos platos de comida, y dando la vuelta manzana por Yacarè aparecìan por Colòn, Mariolo comiendo muyyy orondo al lado de su abuela que con sus dedos gorditos le metìa la comida en la boca y asì llegaba a su casa de nuevo sentado en el pescante del carro de reparto de la manteca.Nuestra mejor diversiòn era saltar en la cama de don Jaime, el cobertor era blanco y de plumas, en cada salto nos quedàbamos hundidos en aquella inmensidad de plumas que desprendìa aromas de un paìs que trajo a su padre y abuelita .Yo imaginaba a la mamele atesorando aquèl edredòn de plumas en cada puerto que paraba el barco que la traìa al Uruguay.

La Pescaderìa de don Francisco, Piedras 282 estaba llena de parroquianos,desde temprano se podìan escuchar guitarras desafinadas acompañadas de tangos cantados por voces de mujeres y hombres, los aplausos invadìan mi curiosidad. En algùn momento algo desencadenaba una pelea y empezaban a salir empujados por Vàquez,el mozo,los primeros clientes totalmente borrachos y enojados por el mal trato. El olor de vino y tabaco cruzaba la calle,junto al frito de pescado y olor a aceites quemados. Habìa un personaje que nunca vì caer en la vereda, Campoy, era el cantor de letras de tango donde las mujeres eran todas buenas madres. A este hombrecito de estatura muy pequeña lo perseguìa en su espalda una joroba que escondìa dentro de un saco marròn, pero eso no impedìa que su voz llenara toda la calle Piedras. La guitarra siempre iba pegada a su cuerpo dìa y noche y descansaba cuando al final de las madrugadas el dueño de la pescaderìa le acercaba un plato de guiso,el vino compañero y un pancito porteño envuelto en papel astrasa,Campoy no lo desenvolvìa,al finalizar su cena y con mucho cuidado de no ofender a nadie lo obsequiaba a quièn solo tenìa un vasito de vino en su mesa. Cuando Cebo Negro(Piazu) sargento de la seccional Primera entraba cachiporra en mano a imponer el orden de la autoridad solo Campoy quedaba adentro de la pescaderìa,razgando las cuerdas de su atormentada guitarra. Yo iba contando uno a uno los borrachos que salìan empujados por el sargento y los que se agarraban de la puerta como si los echaran del paraìso. Mary era parroqueana de la pescaderìa, recogìa a sus amigos de la vereda,secaba la sangre de narices rotas con caricias suaves de su pollera y convencìa al sargento quièn sabe con què cuento para que no se los llevara a la mayorìa en la vieja furgoneta negra de la comisarìa. A Mary le leìa en su cara la historia de su vida,habìa sido hermosa,en el fondo de la mirada aùn estaba luchando por no morir aquella jòven que un dìa saliò de su casa y no pudo volver. Llevaba el pelo recogido muy tirante como con verguenza de lo poco que le podìa dedicar, en sus horas no cabìa mirarse al espejo, el ùltimo espejo que la viò reflejada quedò en su casa con la madre pidièndole que no se fuera por haberle dado una simple paliza. Cuando el silencio volvìa al local de Don Francisco,podìa ver las siluetas de Vàzquez, Mary y parroquianos ir levantando sillas y mesas. Titì Tatà era un diminuto hombrecito que siempre lo veìa borracho,aparecìa en la puerta sobreviviendo al palo del sargento y saboreando aùn la ùltima copa de vino Aguerre, su risita de bufòn mostraba algunos dientes negros y labios azulados de resaca.Cruzaba entre saltitos y mucha tos hasta nuestro almacèn, yo me escondìa detràs del mostrador, desde allì lo escuchaba pedirle a mi papà, alcohol azul en una botellita de Bidù, mi viejo lo sacaba como un tìtere a la vereda donde el pobre Titi Tatà se atropellaba con los cajones de frutas terminando su loca carrera en el prostìbulo de enfrente. Saber donde vivìa Titi Tatà era imposible porque su vida transcurrìa en la pescaderìa de donde salìa varias veces durante el dìa con la borrachera de quièn no sabe hacia donde va su cuerpo y su mente . Era pequeño casi como el niño que fuè, la sonrisa apretaba un cigarro armado del cual quedaba apenas un puchito mojado y asqueroso. Entraba al prostìbulo de Coca e Irene que era la puerta siguiente a la pescaderìa cuando la borrachera lo empujaba hasta allì. Coca salìa con su deshabillè rojo y sin decirle palabra abrazaba el cuerpito maloliente de Titì y lo arrastraba adentro. Estas dos damas eran las dueñas del prostìbulo de Piedras 284 donde Titì Tatà era bañado, peinado y perfumado con la colonia suelta de la Farmacia Del Puerto. Dormìa unas horas en aquellas camas lujuriosas para èl una cuna amorosa, lo vestìan y enviaban a hacer los mandados con la bolsa de rafia apretada y muy dobladita para que no se le viera. Muriò no sè cuando ni en què ùltima curda.

DIANA PELTA Mi amiga Diana vivìa en los deptos pegaditos al almacèn,sus padres don Mauricio doña Eva y su hermano Mario. Cuando se ès niño esos seres no son vecinos tienen el lugar de lo cotidiano y se transforman en imprescindibles. Diana intensamente hermosa desde su sonrisa con aquellos pocitos ùnicos a cada lado de su boca me saludaba al salir de su casa con un "Chiquita hasta luego" . Me iba de su mano imaginariamente, recorrìamos tiendas calles,confiterias y a nuestro paso la saludaban porque Diana era una estrella de cine para todos. Al salir la seguìa hasta la esquina de Colòn,la caìda de sus bucles semi despeinados la cartera que bailaba con sus pasos tàn particularmente rebeldes me dijeron, ella es tu mejor amiga!. Me quedaba con el perfume de su beso y no permitìa que nadie me diera otro hasta que el ùltimo vestigio de su aroma desapareciera . Cuando partiò para siempre en ese viaje que no comprendì la busquè y esperè por mucho tiempo sin preguntarle a mis padres lo que no querìa escuchar.